Anabell Cinn
Iniciaba el año y con él nuevas ofertas de trabajo. Me habían llamado de la capital para audicionar para el papel de una obra de teatro de corte histórico. Días antes luego de haber conversado por teléfono con una productora amiga, le comenté a William sobre la posibilidad de participar en aquel montaje. Él, como de costumbre, hizo una mueca rara con la cara y siguió quejándose de cualquier cosa.
Desde hace un buen tiempo andaba agotado con la idea incompleta de que él y sólo él trabajaba para sacar nuestro hogar adelante. Debo confesar que durante los 3 años que duramos viviendo juntos ese pensamiento iba y venía a su cabeza, hacía un poco de escándalo y hasta se llegaba a colar en algún molesto comentario mientras discutíamos.
Al principio creí que se trataba de algún absurdo arrebiate producto de la confrontación, pero poco a poco me di cuenta que Sí. Aquel hombre noble y amable del que me enamoré, tan lleno de palabras, de romance creía que la casa se limpiaba sola, que algún ente sobrenatural lavaba la ropa, fregaba, cocinaba, planchaba y le sobraba tiempo para estudiar y para tener sexo.
Cuando escuchaba la historia de mis tías y amigas sobre hombres desconsiderados y mujeres pajúas, pensé que eran leyenda del siglo pasado. No me equivoco al arremeter en mi contra, no. Tanto tiempo obviando detalles, tanto tiempo haciéndome la loca, tanto tiempo siendo cómplice de mi propia humillación: pajúa pues.
El reloj marcó la 7:00 am. Me había quedado dormida y mi tardía entrada a la audición se hacía cada vez más inevitable. Corrí a la cocina, monté dos arepas y fui al baño corriendo a meterme debajo de la regadera. William se levantó, echó un vistazo a las arepas que estaban en el budare y su título de ingeniero civil con postgrado en gerencia empresarial, no le dio para voltearlas antes que se quemaran.
-¿Para dónde vas tan apurada? – preguntó él mientras se cepillaba.
Ojalá y me hubiese dado un chance de contestar. Enseguida sentenció:
-Acaso te vas a ver con un tipo, porque estás tardando que jode para bañarte. ¿es un amante? – dijo como si se tratara de un conversación cualquiera.
– para dónde vas te dije – Siguió, y yo ya al borde del colapso no cedí esta vez al silencio y fustigué indignada.
-Me estoy rasurando toda, de pies a cabeza. Porque la película en la que quiero participar es triple x y quiero que el culo y la cuca me salgan brillantes frente a la cámara.- contesté.
Entonces salí emparamada del baño, y me fui vistiendo, mientras él agregaba la última frase de aquella historia.
-Agarra y vete con tus macundales de una vez, porque sino cuando llegues estarán en la basura, pues a la final vienen siendo la misma cosa- y así hice. Él con una inmaculada bondad me ayudó a hacer las maletas: los candelabros de cristal, las artesanías mías, mi ropa pulcra, mis zapatos y lo pocos corotos que pude haber comprado yo.
Ahí me di cuenta que cuando uno se casa, se casan también las cosas y cuando uno se divorcia ellas imitan, aunque no todas puedan hacerse mitades.
Me despedí de los gatos, prototipos de hijos que habíamos cultivado durante nuestro compartir. Agarré aquel maletón y cuando cruce la puerta de la casa me sentí airosa, como liviana de tantas tristezas. Lloré, claro que lloré. Tomé aire y caminé hasta la parada del autobús.
Quédate con las tazas
y con todas aquellas cosas que no se pueden dividir.
Me voy salva, a rescatarme en alguna parte,
A encontrarme en ese lugar mío en el que me perdí.
Serás quien amo y con el tiempo quien amé.
Un vago recuerdo tuyo vendrá de vez en cuando
Y yo, cansada de que algún día cambiaras: cambié yo.
Sonreí.
La soledad se encuentra con quienes desean habitarla
Pero la desolación, esa nefasta persigue y asedia a quienes la evitan.
FM 29-04-2013
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