EL ESPERPENTO DE SELVA CANGREJO
Cuelgo boca abajo en los cabellos de los sauces llorones, con mi piel gris, carcomida por los carroñeros de turno, lleno de llagas hasta en los ojos, emanando el hedor de mi vencida esperanza.
Ya las ninfas no voltean a verme, ni los bueyes de paso, ni las corocoras. Aquí colgado en este bendito árbol me estoy muriendo sin saber de nadie, sin saber de mí.
El llanto arde por mis ensangrentados ojos. Me he atado, muy bien, las manos detrás para no zafarme. Y Aún y cuando he dejado la boca entreabierta solo para dar algunos mormullos de dolor, una palabra se dibuja hermosa entre mis labios: Padre...
Hola Padre, quisiera como otros tantos cobardes redimirme en mis últimos segundos de vida, pero no. He aquí tu hijo, tu silencioso hijo, tu irreverente, profano, embustero, cruel y egoísta hijo. Yo mismo me he castigado en un desesperado intento por llamar tu atención. Porque voltees una ves más a verme perder la luz.
Estoy cayéndome a pedazos en cada tormenta que pasa, en el calor intenso de cada sequía. He llorado y reído en medio de la locura que aparece luego de la pérdida. He memorizado todas las groserías que sé, teniendo en cuenta que aunque decidas perdonarme seguiré siendo como soy: quizá peor… sin embargo, después de todo esto aún sigo vivo… ¿por qué, si ya no quiero?
¿Padre?
¿Padre?
¿Padre?
El bostezo de los tulipanes morados de Selva Cangrejo se hizo brisa. Esa brisa acarició finalmente los párpados del esperpento y se fue secando con los árboles de la montaña.
FM 22-11-2011
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