Ladeé un poco el cuello para mirar bien a quien besabas y al percatarme, cuidadosa, de la pasión con la que tus labios y los de ella lograban estrujarse, la liga que mantenía erguida mis mejillas, desapareció.
Podría decirle al mundo que nunca me había imaginado eso, pero estaría mintiendo. Cada vez que Alberto hablaba de sus viajes repentinos, lo primero que me venía a la mente era:tiene a otra.
Seguí serena, con una diagonal perfecta que iba de mi cabeza a la puntilla de mi pie derecho. Mi falda azul marino, que bailaba minutos antes con la brisa, parecía haberse congelado conmigo.
Siempre he entendido que nadie le pertenece a nadie. No hacía falta que me explicaran que algún día, ese amor de tu vida, iba a desaparecer. Lo que de forma cierta nunca he tolerado es ser engañada, mentida, tomada por tonta.
Respiré hondo e intenté con todas mis fuerzas no llorar, pero me sentía como la línea de la palma en medio de un aguacero. Me arranqué de un tirón la cayena roja que con el tiempo había nacido en mi cabello y comencé a caminar, por ahí.
Llegué a la laguna y tomé sombra en los árboles de garza. El silencio del llano se hizo mi silencio y la polvareda que teñía la brisa, me iba llevando a mi también en su recorrido.
Mi maita decía que “cuando uno saber para donde coger, es mejor no coger para ningún lado. Ahí me senté, entonces, por un rato largo hasta que la tarde llegara.
Parecía un babo de esos que se colocan en la orilla a pensar en cómo llegar a ser caimanes, en otras aguas, en otras lagunas.
Cuando las corocoras comenzaron su viaje, me levanté, vi mis pies, me quité las alpargatas y las mandé a nadar con las cachamas: era tiempo de otros pasos.
Así me fui descalza hasta la casa. Agarré la maleta que había traído cuando me casé con Alberto, hace 40 años, y la llené de ropa, algo de comida y una que otra foto de mis hijos… que locura con la misma maleta que llegué, con esa misma me voy.
Agarré un bus para otro pueblo, y dormí todo el camino, como si con sueño que quitaran los guayabos.
En una parada, tomé monedas para llamar por un público a mi hija mayor, Como para tranquilizar un poco la cosa.
-Isabel, estoy bien. Bendiciones a los muchachos – le dije mientras ella comenzaba a hacerme preguntas sobre mi paradero.
Colgué en llantos y pesé de inmediato - ya todos están grandes y con sus familias, mejor me quedo tranquila. Volví al bus y seguí durmiendo no sé hasta donde. Al despertar, estaba en otra laguna, con otros babos, en otras aguas… como mi maita decía – Cambio genera cambio y el dolor que mata una vez, no mata dos veces.
Con las cororcoras lejanas
envío trozos de mi duelo,
y a veces tanta tristeza mía en sus alas,
hace difícil sus vuelo.
Voy caminando silente,
sin reconocer aún donde estoy,
y al ver mis pasos entre la gente
no sé es que llego, no sé si es que me voy.
24-09-2009